El domingo tomé el tren para Anwerpen (Anveres), como Eurolines tenía la oficina cerrada no tenés manera de comprar boletos (muy inteligente de su parte), así que volví a la estación y seguí en tren a Amsterdam, a donde llegué a eso de las 7.
Decir que Amsterdam es rara es decir poco. Es una ciudad de cuento, con las casitas y los canales y los puentecitos, donde además la gente fuma marihuana en la calle, abundan los negocios que venden distintos tipos de drogas (hongos, estimulantes naturales, poppers) y todo lo necesario para plantar en casa, además de los conocidos coffee shops. Y en el centro turístico (la zona roja) hay prostitutas en vidrieras, sex shops, dealers (ilegales) y cabarets por todos lados; en los mismos edificios hay muchas casas de familia, y parece que conviven amablemente. Además están los holandeses (aunque en la zona roja es como si no hubiese locales, todo el mundo habla en inglés), que se los ve bastante aburridos y convencionales.
El hostel estaba en el corazón de la zona roja; de hecho, la salida de emergencia daba a una callecita llena de prostitutas. Aunque estuve domingo, lunes y martes, había mucho para hacer.
El domingo caminé por la zona roja, que es bastante grande, anduve por algunos bares y seguí caminando hasta el borde del centro. Hay tantos canales que uno se pierde. Además me dí el gusto de conocer un cabaret, el más famoso: Casa Rossio; la clientela, a pesar de lo que uno imaginaría, es más femenina que masculina, y el espectáculo es realmente muy bueno. También fui a un coffee shop en una zona no tan turística, dónde el dealer te saluda amablemente y te muestra la "carta": una carpeta bastante gorda con todos los tipos de marihuana y hash que tienen en venta, explicándote las características de cada una. También se pueden comprar "space cookies", café y algún bocado para apaciguar el hambre del bajón.
El lunes amaneció horrible, pero igual salí a caminar, en el camino me agarró una lluvia molesta, con mucho viento, que me dejó empapado. Almorcé en Febo, una cadena de comida rápida que está por todos lados, que tiene una rara caracterísitca: es autoservicio, hay una especie de vidriera con estantecitos donde está la comida caliente, uno pone monedas y abre una puertita para sacar la comida que uno quiere. Pasé por el mercado de flores y caminé hasta el museo de Van Gogh, pero ya estaba por cerrar, así que no entré. La noche fue un viaje, pero no hablaré de eso.
El martes me levanté temprano, desayuné y liberé la habitación del hostel. Como tenía tiempo de sobra para mi vuelo (por primera vez en todo el viaje no salía tardísimo o tempranísimo), me puse a leer mail y luego fui a comprar tonterías para llevarme. Tan tranquilo estaba por el tiempo que se me hizo tarde, y cuando llegué al aeropuerto ya no me permitieron hacer el check-in, ni pataleando y chillando. No me quedó otra que comprar otro pasaje en KLM, que por suerte volaba esa misma tarde a Lisboa. Hice el check-in, para no cargar más la mochila y me volví a la ciudad, con tiempo suficiente para comer algo e ir al museo de Van Gogh. El museo decepciona un poco, porque no hay muchas obras en exposición, pero igual es muy interesante. Me tomé una última cerveza y comencé el fin de mi viaje.