Mientras esperaba el tren y me armaba un cigarrillo (todo el mundo arma: los cigarrillos son muy caros), se me acerca una chica a hablarme (en flamenco), quería que le convidase tabaco. Nos pusimos a charlar y seguimos en el tren: se llama Kaatje —pronunciado Katche—, vive en Gent pero trabaja en Brugge, y a la noche iba a salir con amigos, así que me invitó a unirme.
Al llegar a la ciudad, me hizo una rápida visita guiada y quedamos en encontrarnos luego de comer. Yo fui al barrio árabe y comí una pizza medio extraña pero muy rica (nuevamente una ganga: €4) y volví al punto de encuentro. Ahí se nos unieron dos amigos de ella: Jozefien y Stijn (si mal no recuerdo su nombre) y anduvimos por la ciudad de bar en bar. Luego se nos unió más gente y finalmente fuimos todos a la casa de Kaatje a escuchar música y charlar cervezas mediante.
Varios se fueron a dormir, y seguimos con Jozefien y Stijn en un bar llamado 'T begin van 't einde (el principio del fin), un bar de vuelque abierto toda la noche. Y luego desayuné con Jozefien en su casa, donde cansada de mi timidez, me pidió un beso :). Pegamos muy buena onda, y en vez de volver a Brujas para seguir mi viaje, volví para buscar mi equipaje en el hostel y quedarme un par de días más en Gent.
Gent me resultó una ciudad tanto o más bonita que Brugge, y la iluminación nocturna es una hermosura. Realmente la recomiendo a todos los que pasen por Bélgica.
El viernes se hizo bastante tarde hasta que volví de Brugge, nos encontramos a tomar algo en el Damberd, fuimos a su casa a dejar mis cosas y finalmente salimos a cenar. Como se había hecho tarde ya no quedaba nada abierto, así que tuvimos que comer kebap y papas fritas (los belgas dicen hacer las mejores). Tomamos un par de cervezas y nos fuimos a dormir temprano.
El sábado conocí a sus compañeros de casa (la comparten entre cinco, es una casa muy grande y linda) mientras desayunábamos, pasamos la tarde escuchando música y charlando y luego agarramos una botella de vino, compramos pizza y nos fuimos de picnic a la orilla de un canal. En el Damberd tomamos unas cervezas con buena música, hasta bastante tarde.
El domingo nos despedimos: ella tenía que irse a Oostende a tocar con su banda (toca el violín) y yo tenía que seguir mi viaje. Fue una historia corta, pero inolvidable.