Ya llevo más de una semana de viaje, desde que terminé con el proyecto del Summer of Code. Habiendo terminado con eso, puesto al día el trabajo en Buenos Aires y averiguado algunas cosas para el viaje, el jueves 23 fue el primer día que salí un poco de la cueva. A la mañana me fui a Lisboa, estuve caminando por Baixa-Chiado, Rossio y alrededores; al mediodía me encontré con São —una amiga de mi amiga Ana—, que me llevó a almorzar al comedor de unas monjas donde se come muy rico con una excelente vista sobre el Tejo. Por la tarde seguí caminando por ahí, por Restauradores, Av. de la Liberdade, y el Marqués de Pombal; ¡todo con tal de llegar a El Corte Inglés a comprar yerba!
El viernes, me dediqué a seguir preparando el viaje, decidí salir para Porto el domingo y a la noche me encontré con Daniel Ruoso y una banda de sus amigos a tomar unas cervezas y a cenar; fuimos a un rodizio brasileño donde sacié mis dos meses de abstinencia de carne comiendo hasta morir. Luego me encontré con São y sus amigos y seguimos tomando cerveza en el Barrio Alto.
El sábado pensaba ir a Belem a pasear, pero preparar las valijas y cerrar todo lo pendiente me llevó el día casi entero; tanta era mi inercia ya. Así que recién a la noche tarde salí, con el último tren, y volví al Barrio Alto a conocer un poco la noche Lisboeta, andando de bar en bar hasta las 6 de la mañana. En realidad, hasta las 4, cuando cierra absolutamente todo; pero me encontré unos locos que me llevaron un poco de un lado para el otro y terminamos en un puestito tomando cerveza y comiendo Patys.
Cuando me desperté el domingo, salí con mi resaca a cuestas a cualquier hora, corriendo para tomar el tren que había planeado tomar. Ya en plan vacaciones, me encontré una gringa en el metro con la inevitable guía de Lisboa en la mano y nos pusimos a charlar; esas cosas sólo me salen cuando estoy de vacaciones. Resultó ser una irlandesa que estudiaba en Cambridge y estaba trabajando durante el verano en una universidad en Braga (al norte de Porto) y también iba a la terminal de Oriente a tomar el tren. Muy buena onda la flaca, me acompaño a sacar el boleto y a esperar el tren, ella salía un rato más tarde.
El tren es maravilloso, como me esperaba: cómodo, silencioso, rápido... Lástima que sea tan caro viajar en tren por acá. A la noche llegué a Porto, luego de perderme un par de veces, encontré el Andarilho hostel donde tenía una cama reservada. Apenas llegué me agradó, el tipo de hostel que a mí me gusta: jardincito, cero burocracia, buena onda e ¡internet gratis! Luego de comer lo que encontré (domingo a las 11 de la noche no es un buen momento para buscar restaurantes), volví al hostel y me quedé charlando con gente hasta las mil quinientas; los hostels con buena onda atraen gente con buena onda.
El lunes salí a conocer la ciudad; una ciudad muy bonita, con muchas colinas, calles angostas y, por supuesto, muchas iglesias. Hice el tour recomendado por la Lonely Planet, siempre útil, terminando en el maravilloso puente de hierro que cruza el río Duero hacia Vila Nova de Gaia, que está justo enfrente. El puente es muy particular, tiene un piso bajo, donde pasan peatones y autos y otro muy alto por el que pasa el subte y también peatones. A éste último se llega luego de subir por unas escaleritas interminables por barrios escondidos o usando un funicular muy moderno y bonito. Las escaleritas y el sol me amasijaron, así que repuse energías en un barcito con una "tosta mista" (tostado de jamón y queso) y una "imperial" (cerveza tirada) y luego crucé el puente, parando para contener el vértigo y sacar unas fotos (aún tengo que armar el panorama).
Del lado de Gaia se encuentran todas las bodegas de "Vinho de Porto", que dan visitas guiadas y degustaciones tal como en las bodegas de Mendoza; por lo que pasé el resto de la tarde conociendo este vino dulce que fue sostén de la economía de la ciudad por mucho tiempo. A la noche, luego de cumplir con el laburo para Decidir y de prepararme una tortilla de sardinas enlatadas —delikatessen económica—, me pasé unas horas charlando con unas inglesas y unos estadounidenses, para luego partir con las veteranas inglesas al único lugar que encontramos abierto un lunes: una fonda de un club de fútbol, dónde unos portugueses nos hicieron bailar unos ritmos africanos (no sé si caboverdinos o qué) con los que nos divertimos mucho y las inglesas fascinadas.
El martes empezó más lento, luego de ir al mercado a comprar pescado y cocinármelo, me quedé charlando un par de horas con una alemana péndex estudiante de filosofía y lenguas romances. A la tardecita me fui a una muestra de Dalí que era mucho menos que lo que prometía, pero interesante de todos modos. El problema fue volver, ya que era bastante lejos y mal comunicado. Finalmente llegué bastante tarde al hostel, me cociné lo que pude con "free food" (los hostels con buena onda no te amenazan de tirar tu comida, sino que ponen lugares para que la gente deje lo que no use y otros lo aprovechen) y me reí hasta acalambrarme con un grupo de gente: un yankee, unas alemanas y un grupo de portugueses: unos dueños del hostel, y otros empleados, todos unos hippies muy divertidos. Finalmente volvimos al bar cutre donde el cuero no me dio y quedé dormido en una silla.