Armado con el librito sobre La Habana heredado de Marta, salgo a hacer uno de los recorridos propuestos: el más largo y que más cerca me queda de la casa donde me hospedo. Intento entrar al Capitolio, y no puedo porque no tenían cambio. Caminando por ahí encuentro de casualidad un museíto de telecomunicaciones bastante lindo, con un par de centrales en funcionamiento.
Camino un rato sin rumbo, creo que buscando dónde comprar un cuaderno para llevar mis anotaciones, cosa que resultó muy difícil de hallar. Paro en un local que vende comida a la calle, a ver cómo se come. Un arroz frito en cajita de cartón, la cuchara es optativa y no está muy bien lavada, un jugo de algo desconocido en una botellita de vidrio recargada. Mucha gente alrededor en la misma. Me cuesta creer el precio: 25 pesos cubanos (1 dólar), la comida no mata.
Mientras como, me saluda alguien: es el inglés del taxi compartido del día anterior, el que había contactado antes en Lonely Planet (las coincidencias son increíbles). El también había parado a comer ahí. Luego vamos juntos a caminar, y en eso se larga a llover.
Vamos a seguir mi itinerario: el Museo de Arte Contemporáneo está cerraqdo por reparaciones, lo que es una pena porque parecía interesante, a juzgar por las obras instaladas en las veredas. Pasamos luego por al lado del Yate Granma, en su inmensa caja de vidrio, sin entender por qué está toda la manzana vallada y ese vallado sigue por una de las calles adyacentes cortando el paso. Luego sabré que esa calle cortada comunica con el Museo de la Revolución y es la única manera de visitar el yate. Misterios sin resolver.
Vamos entonces al Museo de la Revolución, que supo ser Casa de Gobierno y actualmente tiene una gran muestra sobre la historia de la independencia de Cuba, desde la época colonial, con mucha información y objetos importantes. El inglés se pierde muchas cosas porque la mitad no están traducidas. No terminamos de verlo antes de que cierren y tenemos que irnos.
Al salir hay una lluvia torrencial, luego me enteraré que hubo 7 muertos causados por algo relacionado con la tormenta. Las calles están inundadísimas, nos empapamos, y no sabemos dónde ir a tomar algo.
Terminamos en un pub del Paseo de Prado (muy bonito), muy raro porque está en los fondos de un restaurant, medio oculto. Somos los únicos clientes, así que nos tomamos un mojito y salimos. Si la memoria no me falla, acá dí el paso fatal: me compré un atado de Criollos.
Al salir, un mozo del pub me para en la calle y me pide que le "preste dos dólares". Le preguntó por qué, y me responde, casi ofendido, "¡porque los necesito!", como si uno fuera un banco de crédito.
Caminamos unos pasos y entramos a un restaurancito que no parecía gran cosa, pero fue una decisión excelente, comimos un plato con camarones muy bueno y luego salimos con intención de llegar al Café París, que estaba mencionado en la Lonely Planet del inglés. Preguntamos en la calle y una pareja nos dice que no vayamos, que hoy es una cagada, que no pasa nada. Les pedimos recomendación y nos nombran un lugar, empiezan a indicarnos el camino y finalmente se ofrecen a acompañarnos. Todo muy rápido y sin que pensemos mucho, entramos a un lugar bastante choto, se sienta uno de ellos con nosotros e inmediatamente una jinetera se sienta en la cuarta silla. La mujer que venía con nosotros se queda parada al lado y nos pregunta qué tomamos, como si fuera la moza. Nos muestran una carta, que tenía precios tan caros como en el bar más famoso de La Habana, evidentemente estaban todos trabajando en combinación: según me contaron después te hacen pagar carísimo y ellos consumen y también te lo hacen pagar.
Nos vamos a la mierda ipso facto y llegamos finalmente al Café París, que en realidad estaba bien y había una buena banda tocando música. Nos quedamos un rato ahí, y cuándo nos íbamos el inglés se cruzó unos compatriotas con los que se puso a charlar. Después de un rato, me aburrí y me despedí. No nos volvimos a cruzar durante el viaje.